miércoles, 30 de enero de 2013

En lo más profundo del Caribe

La última noche que lo vieron era idéntica a esta. Una furiosa tormenta asolaba la región, y la pequeña isla donde acababan de desembarcar parecía estar llevándose la peor parte. Aquella noche, hace tanto tiempo, el lugar era un rincón prácticamente desconocido del Caribe, pero ahora recibía visitas casi diarias de turistas obesos y pálidos de los países ricos, y los nativos hasta se habían atrevido a construir un pequeño hotel que pronto fue comprado por una compañía estadounidense para convertirlo en un enorme y resplandeciente resort. Pero el turismo no cambiaba nada para las tres figuras que caminaban bajo la lluvia: habían vuelto a la isla para llevar a cabo algo importante, y el progreso del ganado no era relevante. 


Avanzaban lentamente, casi arrastrando los pies por el fango creado por el agua. Salvo el azote del viento y el golpeteo interminable de la lluvia contra la vegetación, no se escuchaba nada. Había pasado más de un siglo desde que pisaran el lugar por última vez, y sin embargo los tres recordaban muy bien el camino. Mucho antes de aquella noche, él ya les había dado algunas indicaciones sobre el punto hacia el que se dirigían, pero hasta esa última vez no supieron lo lejos que quedaba del mar, al menos para ser una isla tan pequeña. La caminata les llevó un buen rato más, y estaban tan concentrados en alcanzar su destino que prácticamente ni advirtieron que el temporal había amainado. El viento se había convertido en una brisa constante pero suave, y las gotas de lluvia caían muy de cuando en cuando en zonas alejadas entre sí. Algunos animales hasta se atrevieron a volver a empezar con sus músicas nocturnas, sonidos que fueron silenciados bruscamente cuando el grupo llegó a un claro. Cuatro jóvenes de tez oscura, vestidos con ropa deportiva empapada de lluvia, barro y alcohol, les miraban desafiantes, esbozando sonrisas autosuficientes en sus afeadas dentaduras. Boca abajo, a unos metros de ellos, con su cara ropa blanca toda sucia de tierra y agua, había un joven de piel pálida inconsciente, cerca del cual sollozaba una joven que debía ser su novia y que trataba de cubrirse el cuerpo con el vestido roto que horas antes había llevado con orgullo.

-Eh, Bob, mira estos dos pringados -el pandillero vio entonces que llevaban cada uno una pala-. ¡Si van en busca del tesoro!

Los otros se rieron con fuerza, y el artífice de la gracia sonrió complacido. Uno de los otros tres dejó de carcajearse y se acercó al primero con el semblante preocupado. Mientras, los dos recién llegados permanecían inmóviles, todavía cargados con sus pertenencias, sin revelar ninguna emoción.

-Oye, Michel, ¿no eran tres?

Su amigo lo miró primero con dureza, pero luego le dio una sonora palmada en la espalda.

-Joder, Vincent, ¡creo que te has pasado fumando!

Michel volvió a reír, y los otros dos también. Vincent tardó algo más en reaccionar, y rió también. Los otros ni se inmutaron con las carcajadas y, sin mostrar interés alguno, la mujer, que vestía toda de negro con una cazadora muy cerrada en el cuello y unos pantalones vaqueros, miró a su acompañante, más bajo que ella y que llevaba una gabardina beige tan empapada que parecía marrón oscura.

-Todo esto es muy conveniente.

El tipo, que a pesar de ser joven tenía ya poco pelo en la cabeza, todo de color gris, asintió.

-Que Guus se deje de jueguecitos -se volvió hacia donde los jóvenes seguían riendo, y gritó con voz firme, también en francés, como la mujer-. Guus, ya está bien. Acabemos con esto.

Los cuatro atracadores no hicieron mucho caso, aunque el llamado Vincent fue el primero en descubrir que había alguien justo tras ellos, alguien que unos segundos antes no estaba ahí. Guus no le dejó pensar mucho más, y pronto los cuatro chicos estaban en el suelo, gimiendo de dolor mientras apretaban las manos contra su abdomen. La mujer seguía mirando fríamente, y sin que su voz experimentara ningún cambio de entonación, se dirigió al causante de la masacre.

-Guus, creo que esos dos enamorados también pueden ser necesarios.

El de la gabardina rió entre dientes mientras comenzaba a cargar con uno de los moribundos.

-Y si a él no le hacen falta, para nosotros, por el esfuerzo.

La única respuesta de la mujer fue una sonrisa. 

5 comentarios:

  1. Buena atmósfera, pero me sabe a poco (y no parece que vaya a continuar). Quedan muchas interrogantes.

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  2. ¿Te da la impresión de que no tiene continuación? ¿O que el relato parece concluir?

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  3. Lo primero, también quizá por la falta de una etiqueta que me invite a pensar que sí la habrá. xD

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  4. Ah, pues no te preocupes, que la hay xD

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